En una España en crisis, la tradicional batalla de tomates pasa a ser de pago

Cientos de personas participan en la 'Tomatina', que se celebra en Buñol, este 28 de agosto de 2013.
Cientos de personas participan en la 'Tomatina', que se celebra en Buñol, este 28 de agosto de 2013.
(©AFP)

Cubiertos por un espeso puré rojo, unos 20.000 jóvenes de todo el mundo libraron este miércoles una gigantesca batalla de tomates en la localidad valenciana de Buñol, cuya tradicional ‘Tomatina’ fue este año por primera vez de pago.

“Es de locos, de locos, un auténtico caos”, grita Leane Stout, holandesa de 20 años, con unas gafas de buzo sujetas a la cabeza cubierta de pulpa roja. Vestida con una túnica blanca que ya es rosa tras recibir el impacto de los tomates, salta con sus amigos sobre los pequeños riachuelos de jugo de tomate que bajan por la calle.

A su alrededor, la gente canta y grita sin dejarse desanimar por la lluvia y el olor de los tomates aplastados. “Casi muero aplastado por la gente: habría sido el mejor lugar para morir”, bromea Levi James, un británico de 40 años que visitaba por primera vez esta ciudad valenciana. Tras él, los muros blancos de las casas que no habían sido protegidas con lonas se cubrían de rojo.

Apiñados en los 400 metros del recorrido, miles de participanes han esperado desde primera hora de la mañana la llegada de seis camiones cargados con 130 toneladas de tomates, cantidad récord en la historia de la ‘Tomatina’.

Melissa Johnsteone, australiana de 24 años, vino protegida con un gorro de baño: “Me dijeron que el pelo rubio acaba rojo”, explicó. Al igual que ella, la mayoría de los jóvenes participantes procedían este año de Australia (19%), Japón (18%) y Reino Unido (11%), mientras los españoles sólo eran el 8%.

La ‘Tomatina’, que ya tiene una copia en Estados Unidos, nació, según sus responsables, en 1945, cuando los jóvenes de Buñol se apoderaron de unos tomates expuestos en una tienda durante una pelea. Poco a poco, se fue convirtiendo en una tradición pese a la reticencia de las autoridades, que la prohibieron en los años ’50. En 1957, el Ayuntamiento acabó por autorizarla y decidió organizar esta fiesta, que se hizo mundialmente famosa en los años ’80.

“Es una fiesta muy conocida”, afirma Kohei Onizaki, joven japonés que se ha dibujado un tomate en un lado de la cara y la bandera de su país en el otro. “Y es menos peligroso que los encierros de toros”, añade el australiano Brad Fisher, de 22 años.

Este miércoles, el “gazpacho humano” fue aún más jugoso, ya que frente al peso récord de la munición utilizada, el número de participantes bajó a la mitad respecto a años anteriores por “razones de seguridad”, según el Ayuntamiento de Buñol.

También alegando motivos de seguridad, las autoridades decidieron este año hacer pagar un mínimo de 10 euros para entrar en la fiesta. Una decisión que levantó una polémica en España, al temer algunos que cada vez más ayuntamientos en dificultades puedan privatizar sus fiestas.

“Hace ocho o 10 años que teníamos un problema: no había control de la Tomatina, no sabíamos cuánta gente iba a venir y esta duda, en un evento masivo, era peligrosa”, explicó el alcalde de Buñol, Joaquín Masmano.

Pero el Ayuntamiento también reconoce que la organización suponía “una pesada carga” para sus finanzas públicas, lastradas por una deuda de 4,1 millones de euros. Así, por primera vez, ha sido una empresa privada, SpainTastic, la encargada de vender las entradas.

Gorras, camisetas, tazas: además de los derechos de acceso, los visitantes podían optar por diversas fórmulas y, por el pago de 750 euros, poder incluso subirse a los camiones desde los que lanzar los tomates al resto del público.

Buñol había reservado 5.000 entradas para sus habitantes. El precio “no ha impedido que todas las entradas se hubieran vendido dos semanas antes de la fiesta”, afirmó SpainTastic.

Tras el paso de los camiones, los responsables de la limpieza, armados con mangueras de agua a presión, sacaban la pulpa roja de las calles mientras los últimos participantes lavaban sus camisetas.

 

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