El BCE cumple quince años convertido en gestor de la crisis

El presidente del BCE, Mario Draghi, se marcha de una reunión en el Palacio del Eliseo, en PArís, el 27 de mayo de 2013
El presidente del BCE, Mario Draghi, se marcha de una reunión en el Palacio del Eliseo, en PArís, el 27 de mayo de 2013
(©AFP)

El Banco Central Europeo (BCE) cumple quince años el 1 de junio, un adolescente marcado por una importante crisis que le obligó a modificar su mandato original para tratar de salvar la zona euro.

Nuestro mandato es “claro como el agua”, solía decir Jean-Claude Trichet, su presidente durante ocho años, hasta el otoño de 2011. Eso es, mantener la inflación por debajo del 2% para el conjunto de la zona euro.

En lo que a esto respecta, “la misión está cumplida”, dicen los responsables de la institución de Fráncfort. “En este sentido, el BCE hace un excelente trabajo, mejor que cualquier otro banco central en el mundo y mucho mejor que el Bundesbank”, el banco central alemán, estima Holger Schmieding, economista jefe del banco Berenberg.

Pero esta búsqueda única de estabilidad de precios -en reacción a la elevada inflación de los años 1970- ha demostrado sus límites porque no ha podido evitar la formación de una burbuja financiera y una crisis de la deuda pública en algunos Estados de la zona euro, que han amenazado los propios pilares de la moneda única.

Ante esta situación, al BCE no le ha quedado más remedio que reaccionar, bajando las tasas y adoptando, no sin dolor, medidas “no convencionales”. Ha inyectado grandes cantidades de dinero, ha aceptado garantías a cambio de préstamos, pero lo que es más importante aún, en 2010 adoptó un programa de compra de deuda de los Estados en dificultad, el SMP, que fue remplazado por el OMT en septiembre de 2012, aunque está sometido a condiciones.

“Han logrado estirar al máximo los límites de su mandato”, dice Gilles Moëc, economista del Deutsche Bank.

Para los mercados y los responsables políticos, el BCE se ha convertido en el último recurso ante la crisis, gracias a sus medios financieros y a su capacidad para actuar con rapidez, lo que no ocurre con el resto de las instituciones europeas.

Eso se vio con la llamada ‘Declaración de Londres’ de su actual presidente, Mario Draghi, que tuvo un efecto de bálsamo inmediato en los mercados. En julio de 2012, en el peor momento de la crisis para la zona euro, cuyo desmoronamiento parecía inminente, Draghi aseguró que el BCE iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para salvarla.

Para Christian Bordes, profesor de economía de la universidad de París I, esta afirmación, que logró calmar los mercados sin necesidad de intervenir, “constituye una ruptura” con su papel, como la tuvo la decisión del banco central suizo de imponer un techo para el tipo de cambio.

“Los banqueros centrales hemos actuado como gestores de la crisis”, dijo recientemente en un discurso Draghi, en el que admitió que el BCE había aprendido sobre la marcha. “Hemos respondido a la crisis con medidas que fueron evolucionando al mismo tiempo que se transformaba la crisis”, dijo.

Pero el BCE, al aceptar esta responsabilidad, tiene que tratar de no poner en peligro su independencia de la política ni su credibilidad. “El BCE no puede ser el máximo responsable de la política económica de la zona euro, no es una institución electa y hay un riesgo de que la opinión pública considere que va demasiado lejos”, explica Gilles Moëc. “Es algo que Draghi recuerda cada vez más seguido en sus declaraciones: hay un paso que el BCE no quiere dar y es transformarse en dictador benevolente de la zona euro”, agregó.

En 2014, la institución, que ayuda también a la Comisión Europea y al Fondo Monetario Internacional en el seno de la troika, va a tener una nueva función, como es la de supervisar los grandes bancos de la zona euro. “Es una labor delicada (…) ya que no tiene la misma competencia sobre los sistemas bancarios nacionales” que en materia monetaria, estima Christian Bordes.

El otro desafío que le espera es gestionar la heterogeneidad de las situaciones en los países de la zona euro, pese a que su política monetaria tendría que ser uniforme y su discurso único.

Y es que en una zona monetaria, se necesitan mecanismos que permitan tener en cuenta la disparidad de las situaciones, “ya que si no, se crean fenómenos de burbuja”, dice Christian Bordes.

La comunicación del BCE ya ha tenido en cuenta esta preocupación. En los primeros momentos de su existencia, Trichet y antes que él Wim Duisenberg querían forjar una cultura del euro, “hoy, con la crisis que afecta de manera diferente a los países miembros, tenemos que reforzar la comunicación a nivel de Estados miembros”, dice a la AFP Peter Praet, su economista jefe.

 

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